PERSPECTIVAS CRÍTICAS FEMINISTAS SOBRE LA CIUDADANÍA

En la necesidad de ofrecer una definición sucinta de ciudadanía, el prestigiado filósofo político contemporáneo Will Kymlicka optó por una reflexión como la que aquí parafraseamos:

En la filosofía política, la ciudadanía refiere, no sólo a un estatus legal, sino también a un ideal normativo: aquél que espera que los gobernados puedan participar de lleno y en igualdad de condiciones en el proceso político. En tanto tal, se trata de un ideal característicamente democrático. Para Aristóteles la ciudadanía era vista primordialmente en términos de deberes los ciudadanos estaban legalmente obligados a turnarse al frente de las instituciones públicas, sacrificando parte de su vida privada para hacerlo. En el mundo moderno, por influencia del liberalismo, la ciudadanía es fundamentalmente considerada un tema de derechos los ciudadanos tienen derecho a participar en la vida pública, pero también el derecho a ubicar compromisos privados por encima de la participación política. A los filósofos republicanos, siguiendo a Rousseau, les preocupa que las democracias contemporáneas se enfoquen demasiado en los derechos y no lo suficiente en las obligaciones cívicas.

Esta definición, aunque breve, nos proporciona claves decisivas para dar cuenta de la idea de ciudadanía que predomina en distintos niveles del imaginario de la modernidad (la teoría política, los proyectos políticos, la opinión pública). En ella, la idea de ciudadanía, prevalecen los significados de libertad (derechos) e igualdad (acceso equitativo) que caracterizan de manera abstracta al ideal regulativo del individuo moderno.

Los problemas teóricos y políticos que forjan el debate contemporáneo hegemónico en torno a la ciudadanía podrían resumirse en unos pocos puntos: En primer lugar se encuentra el tema, ya apuntado por Kymlicka en su definición, de las objeciones antiliberales del republicanismo, cuya parte más visible tiene que ver con la convicción de que el ciudadano debe jugar un papel más activo en el gobierno. Esta posición se complementa con la defensa de la libertad del cuerpo político en detrimento de la libertad de los individuos.

En segundo término podríamos ubicar la controversia en torno al tipo de representación política que conviene para garantizar la efectiva participación pública de los ciudadanos que se ha resumido como el debate entre la ciudadanía universal y la ciudadanía diferenciada. En el tercer y último lugar de esta apretada enumeración, citaremos la dudosa polémica (hay quienes consideran que plantea falsos problemas) entre ciudadanía amplia (democracia directa) y ciudadanía acotada o formal (democracia representativa).

Sin intención de reseñar más ampliamente este complejo debate, lo que nos interesa plantear es que los escollos que enfrentan tanto las teorías sobre la dupla democracia-ciudadanía como los propios proyectos políticos, instituciones e identidades a ella referidos, se explican mayormente por un conjunto de tensiones internas que se remontan a los propios orígenes de la política moderna. En el fraguado de las instituciones públicas, así como de los valores que les otorgan sentido e identidad, intervinieron algunos ingredientes de naturaleza mutuamente incompatible cuya mezcla explica en buena medida la fragilidad y las fisuras que siguen aquejando a las democracias contemporáneas.

Las tensiones de referencia han sido señaladas por el feminismo desde el momento mismo en que fueron forjadas, cuando incluso los términos ciudadano y democracia significaban cosas muy distintas de lo que expresan ahora. En efecto, desde que, en el siglo XVII, se construyeron las bases normativas que habrían de constituir los principios de legitimidad del futuro orden democrático, el pensamiento feminista señala que los autores canónicos de ese pensamiento ético político traicionaban a causa de sus prejuicios los mismos principios que defendían. Desde ese contexto preilustrado las y los feministas dan cuenta del carácter excluyente de un discurso que se presume universalista. Los graves efectos de esta persistente contradicción se hicieron evidentes en la erección de los primeros regímenes que pretendieron fundarse en las premisas éticas del racionalismo moderno pero que, en todos los casos, lo hicieron reproduciendo el carácter contradictorio del pseudo universalismo o, como atinadamente lo ha calificado Seyla Benhabib, el universalismo sustitutivo.

De entonces a la fecha, la teorización feminista ocupada en este tema se ha diversificado notablemente. También, en concordancia con la progresiva complejidad del fenómeno, ha visto profundizarse la sofisticación de los temas que se relacionan con él y enriquecerse las propuestas que opone a los enfoques convencionales.

En este marco, el Seminario que aquí se propone, quiere ante todo explorar algunas de esas propuestas y contribuir a que las participantes intervengan en el debate con sus propias definiciones.

Para ello, hemos considerado oportuno comenzar por una breve genealogía teórica, más que histórica que permita evidenciar las dificultades estructurales que impiden una adecuada relación entre los ideales regulativos de la democracia moderna, por un lado, y el diseño y la operación de sus instituciones formales e informales, entre las que destaca la ciudadanía.

A partir de ahí, se procederá a discutir cuáles son las ramificaciones del modelo democrático que se encuentran claramente afectadas por los vicios de origen. En este punto, el debate feminista coincide a veces con los tres grandes temas de controversia característicos de la discusión actual sobre el tema que propusimos líneas arriba pero, como habrá de verse, con una intervención específica que tiene consecuencias sobre la propia dimensión epistemológica de la ciudadanía.

Para dar seguimiento al debate, procederemos a señalar los problemas fundamentales destacados por el feminismo con relación a este tema, a saber:


1. Las nociones de individuo y razón, centrales para la teoría y la práctica políticas en la modernidad, mantienen un sustrato excluyente pese a que se consideran universalistas. Esto se traduce de entrada en la identificación del individuo y, en consecuencia, del ciudadano, exclusivamente como varón. Esto indica, asimismo, que en la edificación del imaginario moderno (que incluye los niveles antes señalados) el contrato social que funda el Estado democrático tiene por condición de posibilidad la previa realización de un contrato sexual entre individuos para establecer las reglas de apropiación de las mujeres. Una vez pactadas las condiciones de acceso a las mujeres, que otorgan sus señas de identidad a cada colectivo de varones, los individuos acuerdan las fórmulas que los harán acreedores a los derechos políticos que habrán de convertirlos en ciudadanos.
2. Aunque las mujeres no estén representadas en el imaginario moderno por las ideas de razón e individuo, su caracterización (post contrato sexual) como amas de casa es vital para la erección de las instituciones políticas modernas, incluyendo a la ciudadanía. Pese a ello, ni la teoría política, ni el derecho, ni los proyectos políticos de la democracia tematizan explícitamente el espacio de las que, por definición, se hallan excluidas de la ciudadanía. Así, la propia noción de espacio doméstico se pierde al confundirse con lo privado, contribuyendo así a invisibilizar las dinámicas específicas de la acción que se opone a las del individuo privado y el ciudadano público.
3. Las prácticas de ciudadanía en la modernidad están orientadas por un imaginario en tensión: ideales universalistas que toman cuerpo en nociones y prácticas excluyentes. Si bien es evidente que desde el siglo XVII ha cambiado notablemente, gracias a las luchas feministas, la condición social y política de las mujeres, también es cierto que para los imaginarios de la modernidad contemporánea sigue prevaleciendo la identificación de lo humano con la particularidad masculina. No sólo el individuo y el ciudadano siguen suponiéndose varones, sino que la misma idea de mujer sigue siendo contradictoria con la acepción común de estos conceptos. La solución que han propuesto a este problema algunas plumas, que incluyen algunas feministas, consiste en redefinir, no la idea de mujer (o de negro, indígena, lesbiana...) sin la de ciudadano. Se pretende desde esta mirada que el acceso a los derechos políticos sea reconocido para las diferentes expresiones de humanidad de diferente manera. Se ve entonces que para intervenir en el debate sobre los límites de la ciudadanía hay que atender también a quienes se rebelan contra el universalismo. Desde el polo contrario al de las políticas de la diferencia retomamos de nuevo a Benhabib, quien considera que, lejos de combatir el universalismo in toto, debe pugnarse por la construcción de un universalismo interactivo.
Para superar los límites que enfrenta la ciudadanía contemporánea debe pues, revelarse el tejido excluyente oculto tras su definición simple.

TEMARIO


I.- Los imaginarios ético-políticos y sociales de la masculinidad moderna

1.1 El individuo 1.a El contrato sexual
1.2 El ciudadano 1.b El contrato social
1.3 El trabajador 1.c El contrato laboral


II.- Los imaginarios doméstico, público e íntimo de las mujeres en la modernidad

2.1 La mujer doméstica 2.a El espacio doméstico
2.2 La prostituta 2.b El espacio público
2.3 La femme fatal 2.c El espacio íntimo


III.- El feminismo frente a los debates contemporáneos sobre ciudadanía y democracia

3.1 Libertad vs. igualdad 3.a Individualismo vs. comunitarismo
3.2 Igualdad vs. diferencia 3.b Universalismo vs. esencialismo
3.3 Democracia representativa vs. democracia directa 3.c Ciudadanía universal vs. ciudadanía diferenciada
3.4 Derechos humanos y 3.d Acciones afirmativas y paridad derechos humanos de las mujeres